Auto aceptación no es resignación
En psicoterapia se habla a menudo de que no hay cambio sin aceptación. Así, sin pensar mucho, parece contradictorio. ¿Cómo voy a aceptar este comportamiento tan autodestructivo o ese hábito tan feo? ¿Eso no equivale a renunciar a cambiarlo? ¿Me quedo así para siempre, sin hacer nada?
A veces equiparamos aceptación a resignación. En la resignación hay derrota, pesar, impotencia. Es normal que no nos guste. Como no puedo hacer nada con determinada cosa o situación, me resigno, me aguanto, me fastidio. En la aceptación, en cambio, de lo que se trata es de reconocer que algo es como es y, además, de no condenarlo. Con no condenarlo no me refiero a no reconocer que me gustaría y vendría mejor que fuera de otra forma, sino a mirarlo sin juicio moral, con cierta distancia. Por supuesto, no estoy hablando de que ese comportamiento sea dañar deliberadamente a los demás. Eso sí es condenable.
Vamos con un ejemplo: una persona que se siente insegura, que necesita que los demás le reafirmen constantemente, que no se fía de su criterio. La persona piensa que esta manera de ser es inaceptable y tiene que cambiarla ¡ya! Cada vez que “comete” un acto de inseguridad, se enfada consigo misma, se recuerda todas las otras veces que ha funcionado así, se echa un sermón que la deja totalmente desmoralizada; hasta puede que para enmendarlo, haga algo de manera forzada y sin mucha reflexión, que demuestre que ya no es insegura; esto incluso puede que empeore el resultado.
La persona se está forzando a ser segura, como si eso fuera cuestión de voluntad. Le sucede que como la inseguridad le resulta tan inaceptable, no tolera sentirla ni ser consciente de ella ni un momento. Necesita pelearse a sí misma o actuar sin mucho sentido para no entrar en contacto esa la sensación de vulnerabilidad.
Vamos a imaginar qué pasaría si a esa persona le propusiéramos que pensase por un momento que esa característica suya no es un defecto tan terrible, que puede que hasta tenga una explicación; que tal vez las circunstancias de su vida no la ayudaron a sentirse segura y que, por tanto, no hay culpa en ello. Continuaríamos sugiriéndole que cuando lo sienta, no se escape de la sensación inmediatamente, sino que se quede un poco en contacto con ella, para que pueda conocer de qué va, de qué emociones y sensaciones está hecha; como estudiándolo. Aquí se trataría de un trabajo en equipo con su psicoterapeuta. Al principio, posiblemente no le haría mucha gracia, pero tal vez más adelante, cuando vaya comprendiéndose un poco y viéndole sentido a su forma de ser y sentir, podría dejar o bien de estarse reprochando y forzando a actuar, o bien de huir de las situaciones que la pongan en contacto con los sentimientos temidos. A lo mejor, hasta le podría resultar enriquecedor aprender tantas cosas acerca de sí misma. En ese momento estaría aceptando esa dificultad suya que tanto quebradero de cabeza le había dado en otros momentos.
Así que el estarlo aceptando no la llevaría a resignarse a quedarse tan insegura toda la vida. Al contrario: al estar aprendiendo cómo funciona, también podrá ver qué herramientas podría adquirir o desarrollar más para que la inseguridad no la paralice tanto o la haga tan dependiente de los demás. Verá de qué manera se detuvo su desarrollo en ese aspecto y buscará los caminos que en otros tiempos no encontró o no le mostraron. Podrá irse ejercitando poco a poco, experimentando y arriesgándose a veces a equivocarse. Pero eso lo puede hacer porque acepta que la inseguridad está, y partiendo de ahí puede hacer algo con ella. Con lo que no se acepta solo se puede negarse a uno/a mismo/a.
Dicho de una forma quizás demasiado simple, esto es lo que intentamos hacer muchos/as psicoterapeutas: animar a la persona a que conozca y comprenda sus dificultades sin condenarlas de antemano; intentar que desarrolle habilidades para compensarlas de alguna manera; y sobre todo a que tome una actitud de aprender lo que necesita en lugar de reprocharse y descalificarse por no saber hacerlo todavía.
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