¿Es posible cambiar los hábitos?

Muchas veces damos como excusa para no hacer algo  el “no tener costumbre”. Por ejemplo, alguien te cuenta que se aburre ahora que se ha jubilado o que se han ido los hijos. Espontáneamente te sale sugerirle que haga nuevas amistades, estudie algo, lea, practique algún deporte… Y te contesta que le gustaría, pero es que no está acostumbrada/o. Como si el no tener costumbre de hacer algo nos imposibilitara absolutamente para hacerlo. Cuando alguien contesta así parece que supone (aunque no se dé cuenta) que las costumbres que tiene no las ha adquirido alguna vez. Como si hubiera nacido ya habituado/a a ciertas cosas.

¿Qué crea la costumbre? La repetición. ¿Cómo me acostumbro a leer? Leyendo. ¿Cómo me acostumbro a hacer deporte? Haciéndolo. Aquí podríamos poner casi cualquier cosa. Digo casi porque hay cosas tan desagradables o penosas que no nos acostumbraríamos nunca a ellas por mucho que las repitiéramos. Pero en general, si uno hace algo muchas veces, se acostumbra a hacerlo, es decir, le resulta conocido, no le plantea grandes conflictos o exigencias, lo hace con cierta facilidad.

Cuando ante la idea de hacer algo que me hace falta o me conviene, digo: “no puedo, porque no estoy acostumbrada”, en realidad estoy diciendo: “no estoy dispuesta a hacer el esfuerzo”, o bien: “eso me haría sentirme inseguro porque no me veo capaz”, o también: “prefiero la comodidad que proporcionan la cosas conocidas que cambiar mis rutinas”. Las rutinas y los hábitos nos ayudan con muchas tareas de la vida cotidiana y a lograr algunos objetivos, pero a veces les llega la fecha de caducidad; dejan de tener sentido porque cambian las circunstancias o surgen nuevas necesidades o deseos. En ese caso, los hábitos que no estamos dispuestas/os a cambiar se convierten más bien en condenas. Como en el mito de Sísifo: condenado a repetir la misma acción eternamente.

Las neurociencias han demostrado que el cerebro se mantiene en forma más tiempo si estamos constantemente adquiriendo habilidades nuevas, para las que necesitamos usar y estimular partes que no utilizamos habitualmente.

Cada vez que aprendemos algo nuevo o lo hacemos  de una forma diferente a la habitual, creamos nuevas sinapsis o conexiones neuronales.  Es decir, abrimos nuevos “caminos” en el cerebro; si transitamos estos caminos a menudo, es decir, si repetimos esa tarea, nos va siendo cada vez más fácil desarrollarla, ya que se va automatizando. Por eso nos cuesta menos poner en práctica actividades  que hacemos desde hace muchos años. Y también por eso nos cuesta adquirir costumbres nuevas. Sobre todo si hemos llegado a cierta edad y ya tenemos demasiadas adquiridas; para abrir esos nuevos caminos necesitaremos un buen machete, es decir: decisión y mucha repetición, hasta que por fin nos acostumbremos. Será mucho más cómodo ir por los caminos de siempre, que están tan señalados y fáciles de recorrer, que andar quitando maleza sin saber muy bien por dónde  vamos ni a dónde llegaremos.

Por tanto, es cierto que no tener costumbre de hacer algo nos lo hace más difícil, pero no estar acostumbrado, desde luego, no es sinónimo de no poder. Repitiendo mucho una actividad o forma de estar, se convertirá algún día en costumbre, en un nuevo hábito.